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2019 11 09 7:15 Última actualización

PONENCIA

Una voz extremeña en el jardín de Lope de Vega. Para la estima del habla vernácula de Extremadura

JUAN MANUEL GONZÁLEZ MARTEL

HOMENAJE A EXTREMADURA 2019

SÁBADO 9 DE NOVIEMBRE

De 9,30h. a 22:00h.

Entrada libre hasta completar aforo

Lugar: RESTAURANTE-CAFETERÍA MUSEO VOSTELL MALPARTIDA

Malpartida de Cáceres. Extremadura. España

De 10 de la mañana a 10 de la noche

SESIÓN TÉCNICA

16:00h. MESA REDONDA–DEBATE –3

 SESIÓN TÉCNICA

16:00h. MESA REDONDA–DEBATE –3

10. Extremadura, vista desde Europa (Suecia). Martín Martínez Riqué. Sociedad Científica de Mérida. Lund (Suecia)

11. Extremadura vista desde Canarias.Una voz extremeña en el jardín de Lope de Vega. Para la estima del habla vernácula de Extremadura. Juan Manuel González Martel. Ex director de la Casa Lope de Vega de Madrid, propiedad de la Real Academia de la Lengua Española. Tenerife.

12. El paisaje extremeño: la dehesa. Cándido Vicente Calle. Sociedad Científica de Mérida. IES Bioclimático. Badajoz.

13. Extremadura, vista por un extremaño. Antonio Viudas Camarasa. Sociedad Científica de Mérida. Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes.

RESUMEN

11. Extremadura vista desde Canarias.Una voz extremeña en el jardín de Lope de Vega. Para la estima del habla vernácula de Extremadura. Juan Manuel González Martel. Ex director de la Casa Lope de Vega de Madrid, propiedad de la Real Academia de la Lengua Española. Tenerife.

Juan Manuel González Martel por JMGM

Esta  estampa pretende ser parte de un renovado elogio a la entidad  histórica y realidad actual del habla extremeña. Una evocación, con apreciaciones más literarias que documentales, que desea transmitir la emoción del encuentro y escueto diálogo de tres personajes reales, de distintas procedencias y labores diferentes, que la casualidad reunió gracias a una voz del habla extremeña.

Este casi micro relato, que se ha alargado mucho por haberse detenido en unos cuantos manuales de dialectología tradicional y unos  diccionarios del léxico de Extremadura, ha querido sumar de este pequeño hecho contado a esa rica intertextualidad del dialecto extremeño. La finalidad ha sido resguardar y  reforzar lo relativo a la estima –esa íntima relación sentimental con la lengua- por esta modalidad del idioma. Con raíces en el viejo astur-leonés, y el encaje integrador a lo largo de la raya con el portugués, y al soco de la potente fuerza del castellano común, el extremeño ha mantenido los rasgos principales de su entidad lingüística y ha demostrado la capacidad de éstos como elementos de cohesión en el desarrollo del idioma general. Autor del texto: Juan Manuel González Martel. Extremadura vista desde Canarias.Una voz extremeña en el jardín de Lope de Vega. Para la estima del habla vernácula de Extremadura. Homenaje a Extremadura 2019.

 

 

 

 

TEXTO COMPLETO

Recibido y publicado el 30 de octubre de 2019

Una voz extremeña en el jardín de Lope de Vega. Para la estima del habla vernácula de Extremadura

Juan Manuel González Martel

A Rosa Lencero, poeta y novelista, que trasplantó en su tejado extremeño un berode de La Laguna de Tenerife. Y a Antonio Viudas Camarasa, amor y respeto a Extremadura, gente y tierra preferidas.

Un viejo poeta hispanoamericano, que pasaba unas semanas en Madrid antes de reincorporarse a su actividad docente en una universidad norteamericana, y después de haber aprovechado un año sabático para revisar su obra literaria, visitó la Casa de Lope de Vega la víspera de su partida. Durante la estancia madrileña había acudido muchas veces a la casa que evocaba el Siglo de Oro, como estudioso que quisiese desvelar alguno de sus secretos.

Apenas había pasado una semana de su adiós, cuando recibí sobre con carta y un sugestivo poema dedicado, versos que, después de un largo tiempo, he vuelto a leer, apreciando, de nuevo, sus bondades poéticas, y, ahora, rememorando algunas circunstancias de su génesis. Recuerdos que ahora interpreto como episodios de aprecio y elogio del habla extremeña.

***

En aquel invierno el poeta vivía en Madrid, en el barrio de los Austrias, del lado que desahoga en ese otro distrito llamado de Las Letras. Tenía amigos que lo alojaron. Tal domicilio en el céntrico callejero le permitía pasar con frecuencia por la calle de la Casa de Lope, museo que por entonces recobraba su actividad después de un largo cierre por unas reformas en su estructura.

Comentaba el poeta americano que en la casa que fue del Fénix la sugestión primera, después del deletrear de la inscripción latina del dintel, era el lento abrir de la pesada puerta principal, con su pequeño cuarterón central, con crucecita de herrería protectora, convertido en mirilla. Y al acceder al zaguán, el ver como la luz  de la calle  era atraída, corriendo sobre el blanco muro, por la otra puerta al fondo del vestíbulo, la del jardín con huertecillo. Aquel jardín, su luz, era reloj que contaba las horas de la casa.

Desde el amanecer trajinaba Lope, convertido en madrugador jardinero. Riega sus flores, con agua del pozo, aromas y colores que le recuerdan que ha conocido el esplendor de un jardín de Extremadura, en lugares más abiertos, con escalonados bancales que alternaban cultivos y frutales. Jardines y huertas trazados sobre planos renacentistas y decoraciones de albañilería y carpintería mudéjares que acomodaron los alrededores de una casona palacio. Libros al alcance, música y mármoles clásicos para imaginar, repartidos. Y a lo lejos, horizonte de dehesas y manchas de monte bajo y, al pie, fuentes y red de atarjeas, y el riachuelo Ambroz.

 

Jardín de Sotofermoso. Abadía, Cáceres

En la casa de la calle de Francos, el mismo Lope, complacido, se sorprendía de que aquel breve jardín suyo le recordase tan vivamente los días pasados en la Abadía de Cáceres donde estuvo tan cerca de la felicidad.

Jardín Casa Lope de Vega. Foto JMGM

Unos jardines hermosos, pero el suyo, ahora, por ser propio, le parecía tan grande y más bello, y los lujos del palacio del Duque más ajenos que nunca. Y frena su recuerdo y coloca en su sitio los cacharros para el riego. Otro bienestar más inmediato despierta en la casa; y ya se escuchan voces femeninas que bajarán pronto a desayunar; las voces de los amores familiares, que irán despertando el hogar. ¿Es Marcela la que ya canturrea, bajito, dando prisa a sus hermanos?

***

Como el poeta conocía al conservador de la casa museo consiguió que lo dejase estar en el jardín más rato de lo habitual, después de que el museo cerraba al público, para leer o escribir sus notas, hasta que el responsable acababa sus tareas y los controles de seguridad.

En el jardín fue el banco de color verde, entre el naranjo y el pozo, el sitio que el visitante eligió para sentarse.

***

 

 

Cuando la voz del dialecto guarda la emoción de la memoria familiar

Puntualmente, en uno de los  comienzos de aquellas semana invernales fue cuando llegó Isabel, mujer de paso seguro. En su bello semblante, de imprecisa edad, lucían sus ojos negros. Ya presumía de adorado nieto, de quien a veces se acompañaba.

Era Isabel la encargada del mantenimiento de la casa, los lunes. Su diligencia podía con todos los aposentos, como si los de su propia vivienda fuesen. De los húmedos sótanos a las buhardillas, cuarto por cuarto, Isabel devolvía a la casa cada semana el sencillo esplendor del lugar, como si fuese su misma casa.

Jardín Casa Lope de Vega. Foto JMGM

Aquel lunes de enero, como siempre, llegó Isabel, dispuesta a comenzar sus rutinas, que nunca alteraba. E iniciadas sus obligaciones, ni tuvo en cuenta a aquel hombre que leía y  escribía en el fondo del huertecillo.  El poeta había olvidado que el director le había dicho que podría presentarse cualquier día, excepto los lunes. Pero, como el amigo partía al día siguiente optó; por no hacer comentario alguno en aquella víspera de despedida.

Y precisamente, por ser un lunes, todo coincidió.

Era raro que Isabel, abiertas de par en par las ventanas de las fachadas, que no cantase, animada por la  resonancia de su canto en todo la casona, como si las condiciones acústicas la complacieran para escucharse a sí misma, o si estuviese comprendiendo por vez primera las letras de los cantares, que desgranaba, a capricho. Un tradicional repertorio, de amor y  las contrariedades, y los adioses y muerte, de las coplas.

Había empezado la jornada. No era día muy frío, y el azul del cielo recordaba otras estaciones. Se escuchaba el abrir de ventanas, el correr de muebles, el sacudir de alfombras. Y, seguidamente, tras unos minutos de silencio, Isabel  empezó a tararear, como si estuviera templando la garganta. Y de pronto, rompió a cantar. Y su melodiosa voz envolvió la casa.

El poeta se detuvo en seco. Olvidó lo que le entretenía. Quizás estaba anotando lo que acaba de comentarle el conservador sobre los bulbos de tulipanes que un amigo, desde Holanda, había envido a Lope; y que tal vez fue la primera vez que fueron plantados en Madrid.

***

Isabel, aunque sabía que aquel caballero permanecía en el jardín no interrumpió sus cantares. Y su voz, desde sus primeras canciones, fue como un tupido tapiz que protegiese de los ruidos de la calle, y hasta parecía haber acallado el trino de los pájaros que revoloteaban en las ramas de las cuatro esquinas del jardín: la del emparrado de gruesos troncos, la del rosal, la del ciprés y de las aún prendidas naranjas amargas, todavía doradas.

Y la voz de Isabel, la llaneza de sus tonos, saltó las tapias del tiempo. Aquella voz extremeña, de claros acentos familiares, pasó de un jardín a otro, de un habla a otra, igual de viva en cualquiera de sus hablantes; como  alucinado regreso a todas las tierras extremeñas.

Hoy, en la mañana, una de esas voces/ volvía del fondo de los tiempos/ para cantar coplas y versos que solo/ orarían  -eso pensaba ella, mientras sacaba del polvo  los objetos–  sus melancolías.

Isabel seguía cantando.

El poeta, en el banco verde, a tres pasos del pozo, continuaba quietísimo, como si aquella voz surgiera, nítida, tanto de siglos pasados o del ayer y del hoy  mismos, a través del brocal de piedra, llenando de sonoridad extremeña los rincones de la casa entera.

-Quién cantaba.

-Isabel.

La equilibrada unión de rasgos extremeños que caracteriza el habla de Isabel cuando canta es la misma que la de su conversación familiar. Su entonación es el regalo y fuerza para su canto, como si fuese  sencillo resultado de su misma estima y confianza en su forma de hablar, ese  convencimiento, sin inseguridad alguna de la autenticidad de su dialecto.

El poeta seguía visiblemente emocionado. Y como Isabel había bajado al jardín, el poeta fue a presentarse.

– El milagro de su voz, su habla, me ha llenado el alma. La emoción me ha ganado. Me ha parecido que he escuchado a mis abuelos, repitiéndome sus consejos de honradez, trabajo y estudios. A mi madre…, como si estuviese con usted arriba, limpiando, entonando sus canciones, moviendo sillas y taburetes. A mi padre, preguntándole palabras de su tierra a mi abuelo. De Mérida.

Perdonen ustedes. Ya saben… Los recuerdos. Todo ha cambiado tanto…

 Mis hermanos, la familia de ahora es grande. Éramos muchos, Todos terminamos en un lugar u otro de las Américas. Y casi todos hemos podido regresar. La ida y vuelta es ahora frecuente.

Igualmente otros recuerdos envolvían en aquel cantar. La voz de Isabel, su acento no era únicamente permanente homenaje a Extremadura, a las modalidades de su lengua vernácula. Es mucho más…

Todo hablante de los territorios del mundo hispánico deberá apreciar que cualquier variedad lingüística es memoria viva de su cultura familiar, y con posibilidades de mayores capacidades de comunicación social. Nuestras hablas deberán  seguir  ganando el prestigio que les corresponde como unas modalidades idiomáticas en el marco de la lengua española general.

– ¿De dónde es usted, doña Isabel?

– Soy de Extremadura. Extremeña. Nací en Zalamea de La Serena: Mis padres y abuelos también eran extremeños, de Zalamea.

Zalamea de La Serena, otro de los lugares extremeños en donde el habla es herencia de la cultura de todos.

Como epílogo

Esta  estampa pretende formar parte de un renovado elogio a la entidad  histórica y realidad actual del habla extremeña.

Una evocación, con apreciaciones más literarias que documentales, que desea transmitir la emoción del encuentro y escueto diálogo de tres personajes reales, de distintas procedencias y labores diferentes, atraídos por una voz extremeña.

Los tres  viven todavía, lúcidos años a cuesta. E igualmente se conservan los lugares principales, La Abadía cacereña  y la Casa de Lope en Madrid, a pesar de los deterioros propios del tiempo y sus modificaciones. Y si la personal voz que los identificó ya no es la misma,  pervive la identidad del dialecto extremeño, como las de las otras variedades lingüísticas aludidas: la de las Islas Canarias y las de las modalidades  americanas del español.

Ninguno de ellos ha perdido su profundo cariño por el país de sus orígenes ni el claro acento de sus dialectos.

Y recuerdo ese fugaz episodio de los pasos por unos jardines -el jardín de Lope de Vega, su pozo,  o el del Duque, en la Abadía de Cáceres,  con su riachuelo, y,  a su vez, se nombra a Mérida o a la región de La Serena, a Zalamea-, porque remiten a escenarios que acreditan que son contextos culturales que no sólo los convoca la lengua oficial, con la calidad de su evidente supremacía literaria y de comunicación, sino que también dignifican los usos  dialectales y sus entornos.

Este casi micro relato, que se ha alargado mucho por haberse detenido en unos cuantos manuales de dialectología tradicional y unos  diccionarios del léxico de Extremadura, ha querido sumar este pequeño hecho contado a esa rica intertextualidad del dialecto extremeño. La finalidad ha sido resguardar y  reforzar lo relativo a la estima –esa relación sentimental con la lengua- por esta modalidad extremeña del idioma. Con raíces en el viejo astur-leonés, y el encaje integrador a lo largo de la raya con el portugués, y al soco de la potente fuerza del castellano común, el extremeño ha mantenido los rasgos principales de su entidad lingüística y ha demostrado la capacidad de éstos como elementos de cohesión en el desarrollo del idioma general.

 

***

                                                        Tenerife, octubre de 2019

Fotos para maquetar el artículo realizadas por Juan Manuel González Martel recibidas

5 nov. 2019 12:42 (hace 4 días)

subidas a la nube hoy 9 de noviembre de 2019



HOMENAJE A EXTREMADURA 2019

SÁBADO 9 DE NOVIEMBRE

De 9,30h. a 22:00h.

Entrada libre hasta completar aforo

Lugar: RESTAURANTE-CAFETERÍA MUSEO VOSTELL MALPARTIDA

Malpartida de Cáceres. Extremadura. España

De 10 de la mañana a 10 de la noche

 

ORGANIZA:

Antonio Viudas Camarasa

COORDINAN:

Isabel Plano Calvo. Concejala de Cultura y Patrimonio del Ayuntamiento de Malpartida de Cáceres

Antonio Viudas Camarasa. Miembro numerario de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes / Sociedad Científica de Mérida. Miembro Activo Clase Pasiva. Origen: Alma Mater: Universidad Complutense (1969-1974). Alma Faber: Universidad de Extremadura (1974-2019)

 

COLABORAN:

Restaurante Cafetería MUSEO VOSTELL MALPARTIDA

Ayuntamiento de Malpartida de Cáceres

Consorcio MUSEO VOSTELL MALPARTIDA

MUSEO JUAN JOSÉ NARBÓN. Malpartida de Cáceres

Centro de Vías Pecuarias. Malpartida de Cáceres,

Sociedad Científica. Mérida

 

 

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