20161222. Antonio Viudas Camarasa
En el HITO MÉRIDA (2016) del itinerario artístico literario Alonso Zamora Vicente Rosa Lencero seleccionó un texto del discurso de ingreso de Alonso Zamora Vicente (Un día extremeño más, leído el 10 de noviembre de 1996, publicado un año después por problemas económicos en el Boletín de la Real Academia de Extremadura) como Académico de Honor de la Real Academia de Extremadura para la parada número 7, bajo el título de PERO VOLVAMOS A NUESTRO QUIMÓGRAFO que fue leído por Raquel López en la muralla de la Alcazaba en el conventual santiaguista.
PERO VOLVAMOS A NUESTRO QUIMÓGRAFO |
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Por aquellas alturas del orgulloso siglo de la técnica el quimógrafo era la máxima aplicación científica a la Fonética experimental. En el Centro de Estudios Históricos el laboratorio de Tomás Navarro nos sobrecogía: acostumbrados a las horas interminables de bibliotecas y ficheros, aquellos aparatos encerraban misterios casi mágicos.
En el tiempo que recuerdo, todo el laboratorio nos estaba vedado, había formado parte de un botín de guerra no discutido ni inventariado. Tuvimos que agenciárnoslas como Dios nos dio a entender. Fue así como tuvimos –digo tuvimos, en plural, porque fuimos dos, María Josefa Canellada y yo los que luchamos con aquel minúsculo prodigio– tuvimos digo un quimógrafo pequeño, de fabricación casera. Y nos inspiramos en los numerosos vigentes en los grandes laboratorios europeos. […]Pero volvamos a nuestro quimógrafo. Rudimentario y todo, equilibrista hábil de la frontera entre la caricatura y el esquema científico funcionó con extremada precisión, aunque alguna vez se tomare un respirillo para perpetrar una especie de libertad de expresión caracterizada por el silencio. En estos casos se paraba. Era fácil suprimirle el arrechucho. Yo creo que nos entendía. Debía de poseer un vago instinto animal que le hacía a comprender nuestras voces. Era algo más que un simple cómplice mecánico: era un apasionado colaborador. No nos debe de extrañar: toda la compleja compañía de aparatos que hoy nos rodea, en nuestras propias casas, también sufre crisis de dejadez, fatiga o protesta. […] |
Eso le pasaba a nuestro quimógrafo, diáfano ejemplo de la solidaridad entre sus variopintos componentes: las membranas que recogían las vibraciones de las cuerdas vocales por el exterior de la garganta, procedían de globos infantiles o de propaganda comercial, entonces muy frecuentes (¡los jueves, globitos…! proclamaban los altavoces de los grandes almacenes); tan humilde y escurridizo material pasó a llamarse con toda pompa y seriedad diafragma: y lo era una vez colocado en el disco.[…]
Pues con aquel quimógrafo novicio que obedecía más a nuestra voz que a los supuestos físicos que le dieron vida se hizo casi todo cuanto a materia fonética –que no ha sido poco– hemos ido haciendo y publicando […]Nuestro quimógrafo disponía de la fortaleza del débil que sabe estar en su sitio. Una tarde, 1941, primavera queriendo brotar, ya florecidas las mimosas que se agazapaban en el Conventual, estábamos logrando quimogramas en una casa de la ciudad. Hacíamos inscripciones con dos fines. Unas para el estudio de la entonación extremeña de María Josefa Canellada (los estudios inaugurales y casi únicos en esta importante parcela del hablar) y otros para mis rehiladas y para las aspiraciones sonoras, nunca antes advertidas. Qué más dará hoy lo que buscásemos en ese perdidizo ayer. […] |
Tras la lectura a mi alumna Raquel López, que se acordaba que le había grabado su voz en 1995 en el Laboratorio de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura, con el sonógrafo moderno, le surgió la duda de cómo funcionaba el quimógrafo y se lo preguntó a Alonso Zamora Canellada. Este se lo explicó muy detalladamente. Yendo en nuestro itinerario hacia el hito 8 del Templo de Diana, alguien, creo que fue Rufino Rodríguez o Iñaki Mur, me preguntó a mí cómo funcionaba el quimógrafo, yo le contesté que la voz se transformaba en energía física y quemaba un papel negro e incorrectamente le dije que se utilizaba una especie de micro o algo así. Alonso me oyó y gentilmente me informó verbalmente del manejo exacto del aparato. Se acordaba de su experiencia de niño en que observaba a sus padres haciendo grabaciones en casa con ese singular aparato que ellos artesanamente habían fabricado ante la imposiblidad de usar, por razones que ha explicado muy claramente don Alonso en repetidas ocasiones, el Laboratorio de Fonética que fundó Tomás Navarro Tomás en el Centro de Estudios Históricos y que tanto Alonso Zamora Vicente como María Josefa Canellada conocían perfectamente, puesto que ayudaron en múltiples ocasiones al mejor fonetista español durante los últimos años de carrera en torno a 1934-1936: «Pero sí lo es poner en pie en la memoria colectiva de aquellos años, que, el hecho de trabajar allí, en el Centro, era el máximo premio para un aprendiz de filólogo».
EL ATLAS LINGÜÍSTICO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA Y EL DIALECTÓLOGO ALONSO ZAMORA VICENTE
Recuerdo que divulgué en 2002 varios quimogramas de El habla de Mérida y sus cercanías en el Homenaje que le tributamos en Alicante y esta divulgación fue citada por otro autor en una página digital. El 17 de diciembre fue esclarecedor para mí. En ninguna parte había visto descrito el manejo del aparato. En la exposición de 2001 en la Fundación Biblioteca Alonso Zamora Vicente estuvo expuesto uno del Consejo Superior de Investigaciones Científicas que le prestó el Dr. Quilis «Agradezcamos al Dr. Antonio Quilis, de la Universidad de Madrid, su bondad al permitirnos exhibir el quimógrafo de campo con que el Centro trabajaba» , pero carecía de algunos elementos. Una duda científica resuelta con la explicación de un arqueólogo, Alonso Zamora Canellada, que se acordaba perfectamente de las grabaciones de sus padres.
Al día siguiente le remití esta petición a Alonso Zamora en un correo electrónico: «A Alonso, mándame un relato describiendo cómo funcionaba el quimógrafo de tus padres, María Josefa y Alonso». Me contestó a vuelta de correo dándome una magistral explicación, llena de testimonios hacia mi maestro en estos términos:
«Tema quimógrafo. Máquina de unos 35-40 cms de larga, por unos 30 de ancha y unos 20 escasos de altura (así la recuerdo), montada sobre una chapa negra que pesaba bastante, como sistema para dar estabilidad al conjunto. Una maquinaria de relojería, -cuerda, por supuesto- que, a través de unas ruedas dentadas y de un regulador de bolas para controlar la velocidad, movía dos ejes paralelos entre sí y separados por unos cinco o seis cm. y a los lados largos del conjunto: uno de ellos con una espiral grabada, a modo de broca. El otro eje soportaba un cilindro de cera, de unos diez cm. de diámetro y unos 15 de largo, forrado para cada grabación con un papel, ahumado con una vela. Sobre las espiras del otro eje corre, empujada de un extremo a otro por las espiras, una cajita redonda, (como la tapa de un bote pequeño, de unos 4/5 cm de diámetro), de la que salía un tubo de goma, a modo de fonendo, rematado en un embudo metálico, sujeto con correíllas a la garganta. Una de las caras (la parte vacía de esa tapa, de esa cajita), estaba cubierta por una membrana de goma, tensa, -un trozo de globo, por ejemplo- en cuya cara externa se había fijado con pegamento una uña. (Normalmente era un cañón de pluma de ave, pero valía cualquier cosa que no pesase). La membrana, además de hacer de muelle estabilizador, transmitía así las vibraciones a ese pequeño estilete. Había también otro eje, inmóvil, sobre el que se desplazaba y se podía apoyar esa cajita, abatiéndola para que quedase en el aire y en reposo, cuando no estaba moviéndose sobre el papel ahumado y sobre su espiral. Cuando todo arrancaba, giraban los dos ejes. Se ponía entonces la uña de la cajita apoyando sobre un extremo del papel y descansando al tiempo sobre las espiras del otro eje, que iban haciéndola desplazarse de un lado al otro de su soporte. Las vibraciones de la garganta pasaban por el embudo, la goma, la cajita, la membrana de goma, y la uña, hasta ir rayando, es decir, levantando el humo del papel que se había puesto sobre el cilindro de cera. El resultado era una gráfica blanca sobre ese papel negro, que reproducía el espectro, el diagrama de las vibraciones sonoras de la garganta. Por eso las reproducciones de los quimogramas son siempre negras. El manejo era algo engorroso; las gomas no podían rozarse, porque las vibraciones producidas por ese roce llegaban enseguida al papel. Tampoco podía soplarse; las membranas se destensaban, las uñas acababan por no apoyar bien, o por despegarse, la maquinaria tenía que estar bien engrasada y limpia, medida la longitud del texto a introducir, etc., etc… Es decir, que había muchas posibilidades de que aquello fallase, y de que hubiese que reiniciar todo el proceso, empezando por ahumar de nuevo el papel. Finalmente, una vez acabado el recorrido de la cajita, que era necesariamente corto debido a la longitud del papel, -alguna frasecilla, o simples palabras- ese papel ahumado y rayado por la uña había de desprenderse del cilindro de cera, evitando tocarlo con los dedos, claro, y añadirle alguna referencia, normalmente con un palillo, como la fecha, el texto de lo grabado, o alguna numeración. Había que bañarlo inmediatamente en laca, para fijar el humo y poder estudiarlo, o simplemente manipularlo sin estropicios. Era proceso, en fin, algo complejo, muy dependiente de la suerte. Quizá por eso mismo y por el cuidado que se ponía en cada paso, ha quedado en la memoria un recuerdo bastante claro, un regusto agradable a magia ocasional, casi festiva, cuando mis padres lo echaban a andar.
Cualquier sistema posterior de grabación de voz puede aparecer en una pantalla, y puedes manipularlo y estirarlo y encogerlo y darle altura a la gráfica obtenida. Pero no había entonces otra manera de fijar esas líneas que hacerlo a través del quimógrafo. Había, es cierto, máquinas para hacer grabaciones, rayando las vibraciones del sonido sobre pizarras, luego vinilos y finalmente en capas férricas sobre cintas de plástico, aquello de las cassettes. Es decir, las gráficas podían hacerse entonces, (de nuevo la tremenda postguerra), pero no imprimirse sin otros equipos mucho más caros y complejos. La digitalización y las memorias sin partes móviles han venido a eliminar prácticamente del todo a todos esos sistemas, hasta hacer de los viejos quimógrafos unos trastos listos para el desguace, tanto el neuronal como el mecánico. Supongo que alguno sobrevivirá, quizá salvado milagrosamente en un museo, aunque me imagino que el que estaba en casa debía de ser ejemplar único. Habría que mirar en el catálogo de aquella exposición que se montó en la Casa del Mono, en la que creo que había algunas piezas de este tipo, quizá restos medio irreconocibles, o parciales. Recuerdo a mi padre explicándole a Rodríguez Ibarra la vitrina correspondiente, aunque no lo que contenía…
Perdona el cisco. Sé que es algo complicado, y que sin tener un dibujo o una fotografía delante no debe entenderse nada. Y no sé si sobrevivirá algo del viejo laboratorio de Fonética, aquel de T.N.T… A veces hay sorpresas impagables…
Bueno vale de rollo. Un abrazo, y gracias, de nuevo.
Alonso.»
Me sorprendió tan gratamente la respuesta que aproveché este testimonio para explicar el rehilamiento merideño y el porteño a mis alumnos de español de América con esta vivencia, fruto de la celebración de los cien años del nacimiento de Alonso Zamora. Les leí e intenté explicar el porqué de este testimonio y le contesté a Alonso en estos términos:
«Muchísimas gracias, Alonso.
Tu descripción del quimógrafo me ha servido para ilustrar a mis alumnos en la clase de hoy. Es documento de una época científica y muchos no sabíamos cómo funcionaba exactamente. La foto del ejemplar del CSIC está en el libro de la Exposición de Fonética Experimental 2001.