2020 11 15 19:22
Premaqueta libro
Título: EL UNIVERSO DE MANUEL PACHECO CONEJO
Subtítulo: Barcarrota 7/8N 2020
Editores científicos: Juan Manuel González Antúnez y Antonio Viudas Camarasa, ex aequo
Edición online provisional: Antonio Viudas Camarasa
2020 11 15
Sesiones técnicas
MESA REDONDA–DEBATE –1. Manuel Pacheco: filosofía y naturaleza
1. El pensamiento filosófico en la poesía de Manuel Pacheco: poemas ejemplares. José Carlos Cubiles Becerra. Docente de filosofía. IES Tierrablanca (La Zarza, Badajoz)
[En elaboración y revisión por el autor]
2. Manuel Pacheco: Evocación del paisaje. Cándido Vicente Calle. Ex-docente de biología. IES Bioclimático. Badajoz
[En elaboración y revisión por el autor]
MESA REDONDA–DEBATE –2. Manuel Pacheco, narrativa
4. Un apunte sobre la narrativa breve de Manuel Pacheco. José Antonio Llera Ruiz. Escritor y docente de literatura española. Universidad Autónoma de Madrid
Las primeras pruebas del libro impreso serán revisadas por el autor
TEXTO ONLINE [Recibido y editado 2020 10 21 23:05 ]
Texto maquetado revisado para la edición en papel
UN APUNTE SOBRE LA NARRATIVA BREVE
DE MANUEL PACHECO
José Antonio Llera
Universidad Autónoma de Madrid
Introducción
La lectura de la obra completa en verso y prosa de Manuel Pacheco puede deparar algunas sorpresas para quien lo asocie en exclusiva con la poesía social. Fueron sus incursiones en esta tendencia de posguerra las más difundidas en revistas y antologías; sin embargo, esta etiqueta no resulta válida para caracterizar determinados planteamientos alejados del realismo. Por este motivo, quiero ocuparme en lo que sigue de su narrativa breve, que ha sido muy poco estudiada, y que viene a matizar o completar la recepción que se ha hecho de su obra. Lo primero que salta a la vista es que, en buena parte, converge con el género fantástico y responde a unos moldes formales asentados en la vanguardia hispana. Recordemos que, según Todorov, lo fantástico se caracteriza por “la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento en apariencia sobrenatural”. Es decir, en el mundo real y cotidiano irrumpe un acontecimiento que lo desestabiliza y la vacilación que experimenta el lector sería su marca distintiva. Por el contrario, si resultan insuficientes las posibilidades lógicas para explicar los fenómenos y se asume que la acción del relato transcurre en otro universo, con otras leyes, entraríamos en el género de lo maravilloso. André Breton, en el Primer manifiesto del surrealismo (1924), cuando define la realidad absoluta (o surrealidad) que conforman la alianza entre el sueño y la realidad, advertirá que “lo maravilloso es siempre bello, cualquier especie de maravilloso es bello, y no hay nada fuera de lo maravilloso que sea bello”.
Son estas categorías estéticas las que, a través del microrrelato y formas afines, maneja Pacheco para profundizar en el extrañamiento ante el mundo, para excavar en lo insólito armado del punzón del humorismo y ensayar variantes al realismo testimonial que distinguía una parte de su producción en verso (la que se recoge principalmente bajo el rótulo de “Los libros del grito” en el segundo volumen de su poesía reunida). Es cierto que, dentro de las modalidades de lo fantástico, lo extraño y lo maravilloso, se filtra alguna vez la protesta referencial, ciertas andanadas contra el capitalismo o la escalada atómica, pero estas temáticas no suelen llegar a condicionar el diseño compositivo del relato si exceptuamos aquellas narraciones mayores de carácter satírico como el Diario de Laurentino Agapito Agaputa, libro que ya he analizado en otro lugar.
1. “ramonismo” y surrealismo en manuel pacheco
La narrativa breve ha sido compilada por Antonio Viudas Camarasa en la Obra en prosa (1949-1995) bajo los epígrafes de Cuentos azules y Diario del otro loco. Las piezas aquí incluidas cubren un amplio arco cronológico, que va desde la década de los sesenta a la de los noventa, y fueron editadas previamente en antologías, prensa o revistas. Se ha subrayado en numerosas ocasiones la huella surrealista en la obra de Pacheco, pero poco o nada se ha dicho sobre la impronta que deja en sus prosas la lectura de Ramón Gómez de la Serna, aspecto en el que quiero hacer hincapié.
En Pombo Ramón se autorretrata como una mirada ancha, no como un pensador, sino como un mirador. Y es que el género que inventa, la greguería, contiene varios rasgos funcionales, entre los que destaca la analogía, característica propia del hombre moderno, porque —a juicio de Ramón— “lo ve todo reunido, yuxtapuesto, asociado”. La metáfora no es sino una consecuencia de la perspectiva multiorbicular y espojiaria que defiende Ramón, una perspectiva que multiplica el mundo a fuerza de miradas sobre los seres. En una de sus conferencias más madrugadoras, la que pronuncia en Badajoz en 1952 y titula “El surrealismo y mi poesía”, Pacheco cita un párrafo extenso de Ismos, de ahí que sepamos que la lectura de los textos ramonianos muy pronto enriqueció los suyos. De hecho, “El reloj de suero” puede leerse como un microrrelato que basa su efecto expresivo en el uso de los tropos y de la elipsis, al igual que sucede en muchas greguerías:
—¡Qué noche más larga para ti! Exclamaste con tu voz de sol en las páginas de un libro de abedules.
—No, no será larga mi noche, porque contemplo el reloj del suero y miro caer las gotas de los minutos que bajan como burbujas y suben formando con sus puntos una luz celestial.
Y a las cinco de la madrugada el reloj del suero se quedó vacío.
Las horas líquidas anidaban en el campanario de tu sangre.
Por la dedicatoria, deducimos que este texto es autobiográfico (algún ingreso en el hospital de su mujer, Manuela Cañón). Las horas de hospital, lugar donde las esperas se hacen interminables y agotadoras, es la experiencia que lanza la equivalencia entre el gotero y el reloj. Son muchas las greguerías que Ramón dedicó a este objeto y, en este contexto, se me antojan relevantes dos de ellas: “El reloj no existe en las horas felices” y “El reloj picotea el maíz del tiempo”. La metáfora continúa estableciendo una segunda analogía entre la sangre y el campanario. La técnica es la misma que observamos en algunos textos ramonianos más extensos y basados íntegramente en el efecto producido por una asociación inesperada y sorprendente. Pienso, por ejemplo, en “La anguila de agua”. En él, el chorro de las fuentes se transfigura metafóricamente primero en pescadilla y después en anguila: “Yo veo lo viva que es el agua, y ya de pequeño aguardaba ver asomar por los caños gordos el animal, la larga pescadilla del agua. Cerrando los ojos y recordando, recuerdo muchas de esas apariciones coleantes y vivas”.
El microrrelato, que actualmente goza de tanta vigencia que ha sido llamado “el cuarto género narrativo”, tiene su origen en nuestras letras en las minificciones creadas por Juan Ramón Jiménez y Ramón Gómez de la Serna a comienzos del siglo XX. Tanto si lo consideramos como un género independiente de la greguería como si lo vinculamos a su amplia morfología, no cabe duda de que Gómez de la Serna puede considerarse un pionero a la hora de experimentar con estas formas breves, que agrupa en títulos diversos como Disparates (1921) o Caprichos (1956) en homenaje a Goya, de quien escribió una biografía literaria. Enumeremos algunos de sus argumentos, montados sobre un mínimo armazón narrativo y elaborados a partir de la imagen ingeniosa: la motocicleta- ametralladora, el timbre que anuncia catástrofes, el fuelle que reanima al agonizante, el pez convertido en pescador de caña… Irrumpe entonces, bajo el impulso de la vanguardia, lo que César Nicolás ha llamado lo fantástico nuevo, puesto que la equivalencia real = irreal se invierte radicalmente, produciéndose la contemplación de la realidad como algo extraño e inquietante. Pacheco continúa su estela en la segunda mitad del siglo XX.
Por ejemplo, “La muñeca” sitúa su carga expresiva en el efecto desfamiliarizante de la historia. Lo siniestro o no familiar es una categoría psicoanalítica que Freud acuña en 1919 a partir de sus lecturas de uno de los padres del relato fantástico en el siglo XIX, el narrador alemán E. T. A. Hoffmann. Sin olvidar que Pacheco fue lector de Freud, reproduzco completo su microrrelato:
La niña jugaba a mirar la muñeca y en sus grandes y hermosas pupilas cabía todo el azul del cielo.
Los ojos de la muñeca miraban a la niña y sus fríos cristales parecían adquirir vida. La niña cortaba los cabellos de su muñeca con unas grandes tijeras recién afiladas y la muñeca cayó y al intentar cogerla se clavó las tijeras en los ojos. La muñeca mirando a la niña con sus ojos de vidrio.
La niña estaba ciega
A la hora de estudiar las situaciones u objetos que producían el efecto de lo siniestro o no familiar, Freud señaló como una de ellas la “duda de que un ser aparentemente animado, sea en efecto viviente; y a la inversa: de que un objeto sin vida esté en alguna forma animado”, apuntando a las figuras de cera, ciertas muñecas y los autómatas. La oscilación entre lo animado y lo inanimado es el eje también de este microrrelato pachequiano, que, al introducir el tema de la ceguera causada por un instrumento afilado o cortante, actualiza ciertos referentes como Edipo, la pintura surrealista de Ernst o Un perro andaluz. Además, el texto de Pacheco cumple con la mayoría de los constituyentes genéricos de las minificciones: la falta de complejidad estructural, la escasa caracterización de los personajes, la importancia del título, la condensación temporal, la intertextualidad y el final sorprendente. Nótese, por otra parte, la sutileza de las reiteraciones y el uso del quiasmo en el segundo párrafo, que reproduce plásticamente, en forma de aspas, el instrumento metálico sobre el que pivota la historia. Por medio de una veloz sucesión de viñetas, los acontecimientos se deslizan vertiginosos hacia el desenlace final, súbito como una punción.
En escritos como “Las cosas y el ello” (1934), Gómez de la Serna se declara protector de las cosas: “Lo que me caracteriza es la ternura por las cosas que hay en lo más recóndito de mí. Así como hay protector de animales, yo soy el protector de las cosas”. Bajo esta advocación me parece que hay que interpretar microrrelatos pachequianos como “El molinillo”, en el que el protagonista se caracteriza por su desdén hacia los objetos: “El hombre no creía en los objetos; el hombre despreciaba la estática esclavitud de los objetos y se burlaba de su amigo el poeta que le decía tuviera cuidado con las cosas, porque ellas nos sirven y debemos amarlas”. Entre esas cosas, de repente, es un molinillo el que cobra vida de repente y se venga de su dueño, recobrando finalmente la libertad junto a los niños:
Y una mañana el molinillo saltó, aprisionó un dedo del hombre, le mordió rabiosamente la yema del dedo meñique y el hombre blasfemó; la sangre corría, luego la uña se le puso negra y el dedo y la muñeca y el brazo y lo tuvieron que asistir en una clínica de urgencia antes de ser trasladado al hospital, donde le cortaron el brazo.
Y el molinillo no volvió a moler café. Lo tiraron a la basura y allí vivió feliz jugando con los niños del suburbio.
El esquema estructural que delinea otros textos de Pacheco coindice con el que acabo de mostrar. Es lo que sucede en “La piedra”, que recuerda al relato breve de Gómez de la Serna titulado “La mano”, parodia a su vez de un cuento de Guy de Maupassant, bien conocido por Buñuel (no olvidemos aquella mano desprendida de su cuerpo en El ángel exterminador). La organización interna responde esta vez a la de planteamiento, nudo y desenlace. Primero se presenta a la piedra feliz de estar al lado de los niños. A continuación se introduce el conflicto: “Una noche pasó un hombre, iba ligero, huía de algo, tropezó con la piedra y se hizo daño en el dedo del pie y a pesar de su prisa volvió hacia atrás, cogió con rabia la piedra y la arrojó contra una columna de granito que cerraba la callejuela al tránsito, y le hizo unas caries, y el silencio fue más espeso después del blasfemar del hombre y el golpe de la piedra, y el hombre marchó de prisa calle adelante y un ruido le hizo volver la cabeza”. Como en los cuentos infantiles, la sintaxis se va hilando rítmicamente a través del polisíndeton y las anáforas. Pacheco hace uso después del animismo siniestro o inquietante, ya que la piedra persigue al hombre y le golpea la cabeza.
No solo son los objetos los que adquieren repentina vida y se rebelan causando daño a los seres humanos. Se dan otras variantes donde el microrrelato se irriga con unas gotas de humorismo. Así, en “Toro” las palabras se convierten en el referente al que nombran. Pacheco, de este modo, suscita imaginariamente un mundo más allá de la lógica donde el vínculo entre los signos y las cosas no es arbitrario, sino motivado (ese era el sueño de la poesía por otra parte, la unión consustancial entre las palabras y el mundo). No se trata ya de la insuficiencia del lenguaje para representar lo real, tema vertebral en la poesía moderna desde Mallarmé, sino de su exceso paródico:
El poeta escribía toro y las palabras “sangre” y “muerte» clavaban en la cuartilla sus patas de araña.
Algo golpeó en la puerta, y el poeta la abrió, y ese algo era enormemente negro y afilado y quedó fijo en el dintel. Y el poeta gritó: ¡Un Toro!, y fue su última palabra, el toro le corneó el corazón.
La palabra TORO mató al poeta
En otras ocasiones, el relato nos lleva por los derroteros del absurdo, encarecido por un Gómez de la Serna que publica una novela titulada El incongruente y que admira el mundo de los Disparates de Goya, una serie de veintidós grabados al aguafuerte y aguatinta que compone antes de abandonar España. ¿Qué vemos en ellos? Extraños carnavales, caballos raptores, ratas que devoran, el fantasma del miedo, manteos grotescos, misteriosos embozados, el dedo que acusa a un rostro descompuesto… En la posguerra, movimientos como el Postismo o semanarios como La Codorniz orientarán sus creaciones también hacia el disparate y el humor absurdista, que confluyen con el dadaísmo y el surrealismo. Pacheco culminará esta tendencia en su Diario de Laurentino Agapito Agaputa, sin olvidar aquí la crítica social y política. Pero antes escribe un microrrelato como “El huevo”, que en mi opinión hay que interpretar conforme a lo apuntado, y en el que se vislumbra una irónica denuncia contra el homo burocraticus (sabía de lo que hablaba, ya que trabajó muchos años en la Pagaduría Militar de Haberes del Ministerio de Defensa). En él, un espejo reta a un oscuro oficinista a poner un huevo, porque “si pones un huevo ya has hecho algo original en tu existencia”. Gómez de la Serna aludió a determinadas “situaciones que se resuelven sin resolverse”, y no es otra cosa lo que encontramos en el cierre del microrrelato pachequiano:
Y el hombre tuvo la idea fija de poner un huevo y ya no pudo dormir. El hombre se tiraba de la cama, se apretaba fuertemente la cabeza entre las manos —como si quisiera matar el pensamiento— y recitaba toda la noche:
—Tengo que poner un huevo, un huevo, un huevo.
Y una fría madrugada de diciembre el hombre se desnudó, se agachó y puso un huevo en el centro del cuarto de baño, y mirando al espejo le dijo:
—Ya puse un huevo, esto no lo ha hecho ningún hombre, mi vida no se ha perdido, soy original.
Y el espejo le contestó:
—Eres un imbécil, poner un huevo no tiene importancia, las gallinas lo ponen y las gallinas no son originales.
Y el hombre que puso un huevo se cortó las venas desangrándose frente al espejo.
Hay algunos microrrelatos de Gómez de la Serna en los que el extrañamiento se logra mediante lo que Aristóteles llamaba un cambio de fortuna. Es decir, sobreviene una modificación en las circunstancias o en la biografía de los personajes, y ese giro de los acontecimientos es el vehículo que precipita el drama, lo inesperado, el humor. Ocurre, por ejemplo, en “El día que se rompió toda la vajilla”, o en “El que veía en la oscuridad”. En este último se nos presenta a un personaje que ve en la oscuridad porque de niño le mordió un gato en el codo. Esta capacidad, en lugar de suponer una ventaja, precipita su desgracia. El final me parece extraordinario por la agudeza crítica que lleva implícita:
Por ver en la obscuridad vio su mismo gesto en el espejo, gesto mortal, que sin ver en la obscuridad no habría visto nunca y no le habría dejado tan desengañado.
Por ver en la obscuridad vio el gesto de hastío de las mujeres, hasta en las que dormían a su lado, y a las que no decía que veía en la obscuridad por no asustarlas.
Por ver en la obscuridad ha comprendido lo cochina que es la humanidad, que aprovéchala obscuridad para andarse en las narices.
Por ver en la obscuridad se tuvo que suicidar.
Esta misma técnica es la elige Pacheco para construir su microrrelato titulado “Las puertas”, uno de los mejores para mi gusto. El lector, al terminar, se queda con la imagen onírica y poderosa de ese personaje agorafóbico, condenado poblador en el espacio infinito del desierto, incapaz de ponerle puertas al campo, víctima final de su trastorno. Observamos el eficaz uso del comienzo in medias res y de los paralelismos:
Abría y cerraba las puertas; le gustaba abrir y cerrar las puertas y era libre de encerrarse en una habitación y estar en soledad sin sentirse mirado o abrir una puerta y caminar entre los hombres.
Lo llevaron al desierto y no murió de sed, ni de calor, ni de hambre; murió, porque en el desierto no había ninguna puerta que cerrar.
La invención ramoniana juega a transformar el mundo cotidiano injertando en él metamorfosis sorprendentes, vertiendo reactivos nuevos en el orden y la geometría del universo. Sucede en “La lluvia morada”, que empieza así: “El chaparrón monumental era de gotas moradas, de un morado espeso que tiñó de morado las fachadas, las muestras de las tiendas, todo, poniendo en los trajes los más lamentables goterones, en grupos desiguales, con trechos desteñidos que daban más carácter de vejez a los trajes”. El paisaje que dibuja Pacheco en “Las sábanas de carne” resulta mucho más apocalíptico y surreal, pero sin duda puede emparentarse con el de Ramón. La narradora advierte que empieza a llover carne del techo, en una suerte de diluvio universal que acaba con los seres humanos. La amalgama de lo humano con lo inanimado y el efecto ominoso que provoca recuerda a ciertos dibujos de Topor o a ciertos cuadros de René Magritte. Pienso, por ejemplo, en Le modèle rouge, donde se representan unos pies con forma de botas, fusionándose ambas formas y poniendo a prueba nuestra visión de la realidad.
La incursión en los territorios del delirio y de la locura en la prosa de Pacheco tiene lugar en los microrrelatos agrupados bajo el marbete de Diario del otro loco, y editados originalmente en la antología de Antonio Beneyto Narraciones de lo real y lo fantástico y en el diario Hoy. A diferencia de la mayoría de los textos comentados, nos encontramos con soliloquios protagonizados por una voz ajena a las convenciones sociales, por un narrador autodiegético que reivindica su locura, subvirtiendo el orden establecido y la razón, en la estela del surrealismo (Breton quintaesenció los valores de la locura y Artaud fundió en ella su biografía, que desgranó en sus alucinadas cartas desde el sanatorio de Rodez). El primero de esos soliloquios pachequianos, “Las transformaciones”, está escrito contra el hombre y sus abominaciones; es el soliloquio de un misántropo. El narrador pasa por sucesivas metamorfosis —humo, lluvia, pájaro— hasta llegar a la última de ellas: “[…] y al transformarme en hombre me volví loco”. Si antes ponía de relieve la impronta de Ramón Gómez de la Serna, ahora resulta clara la de Lautréamont, uno de los predecesores de la estética surrealista, que en Los cantos de Moldoror celebra las ruinas de los hombres y chapotea en el fango de sus muchas iniquidades y miserias. Se trata de una visión no realista de la locura, sino estetizante e idealizada, la misma que le lleva a afirmar en la conferencia que Pacheco pronunció en 1989 durante el ciclo Literatura extremeña viva lo siguiente: “Sobre la locura el poeta aposenta sus caricias. La locura es mi amiga, es como una perra que lame mis manos alucinadas cuando escriben en el agua de las cuartillas palabras extrañas”. El personaje de Pacheco en esta serie de reatos breves grita que mientras el viento esté libre y le hable a los seres humanos, estos seguirán quemando casas; pretende matar a la muerte, pero acaba por reconocer su justicia afirmando que la muerte es la secretaria de Dios; y, sobre todo, clama contra la psiquiatría por ser una institución castradora e infamante (Foucault y Basaglia al fondo). Ahora el extrañamiento proviene de la mezcla de crueldad y ternura, de crimen y desvalimiento con el fin de socavar la oposición binaria normal/patológico.
- Coda: el prosema
Aseveró Pío Baroja, con cierto grado de exageración, que la novela era un saco donde cabía todo. Algo parecido puede decirse de los prosemas de Manuel Pacheco, textos breves en prosa de estructura heterogénea abiertos a toda clase de temáticas y de registros. Tienen por eso algo de ornitorrincos: parecen compuestos a base de retales y elementos variopintos que se entrecruzan, al modo de la antigua sátira menipea. Solo haré aquí un breve apunte, puesto que no son textos en donde predomine la narratividad, si bien esta puede encontrarse ocasionalmente inserta como forma aislada en el interior de los géneros discursivos que adoptan. Recopilados por su editor bajo diversos epígrafes, si se presta atención responden a una serie de tipologías recurrentes. Enumeraré algunas:
- La reflexión metapoética. Por ejemplo, el “Prosema en forma de ser poeta” aparece en 1953, en Lírica Hispana, y es una proclamación a favor de la poesía impura y testimonial. Mucho más tardío es “Prosema en forma de poesía”, de 1983, que demuestra hasta qué punto Pacheco era deudor de la vanguardia todavía en esos años: “El Poeta construye con la palabra. ¿La palabra diccionario? —¡No! La palabra encerrada en el féretro-diccionario sólo sirve para una comunicación superficial y el poeta debe llegar a sus raíces para darle vida”. Ya en 1911, Gómez de la Serna declaraba en un artículo publicado en Prometeo: “La palabra no es etimológica, ni tiene la fijeza de los diccionarios… A los diccionarios se debe ir para ver el aspecto negativo y pusilánime de la palabra […]. La palabra no es una cosa convencional y metafísica, la palabra es lo que se huele, lo que se toca, lo que se ve y lo que se oye”.
- Textos de homenaje, como los que dedica a poetas como César Vallejo y Horacio Hugo López, o a los pintores Juan Barjola y Vaquero Poblador. En este apartado caben también sus recuerdos de Esperanza Segura o de la cantante Cecilia, con la que mantuvo correspondencia según consta en su archivo personal depositado en la Biblioteca Pública de Olivenza.
- Reseñas de obras literarias o cinematográficas, entre las que se hallan las que dedica a Bertolucci o a Buñuel.
- Prólogos redactados tanto para encabezar libros propios (“Prosema en forma de cine”) como para presentar obras individuales o colectivas.
- Cartas apócrifas. En este apartado estaría el prosema en que se desdobla en su heterónimo Laurentino Agapito Agaputa y ofrece otra perspectiva de su discurso de recepción en la Real Academia de Extremadura.
- Anotaciones diarísticas son “Prosema en forma de mañear y tardear el espíritu de la poesía pachequiana” y “Prosema en forma de estío, traducido a primavera”.
- Poemas en prosa serían “Prosema en forma de Guadiana”, el juanramoniano “Prosema en forma de niño insecto”, o “Prosema en forma de fiebre del insomnio”, uno de los mejores, y en el que fulgen las imágenes surreales y expresionistas: “La lumbre de un relámpago y los timbales de los truenos vomitaron la lluvia sobre la casa vieja. La noche vomitaba la mañana como si fuera un feto con los ojos de cera”. Este imaginario desgarrado y tremendista presenta unos lazos de conexión fuertes con la poesía de Camilo José Cela o con el último García Lorca, que escribe en su guion de cine Viaje a la luna: “Una cabeza que vomita. Y en seguida toda la gente del bar vomita”.
- Microrrelatos. A diferencia del poema en prosa, que se sostiene sobre el espinazo de la imagen, el microrrelato requiere una mínima narración para que lo podamos catalogar como tal. A mi juicio, son muy escasos los prosemas que se pueden incluir dentro de este género. Sería el caso de “Prosema en forma de bosque amarillo”:
Había un bosque amarillo, una selva amarilla y un sueño amarillos, y los bárbaros del Norte volaron sobre la selva con sus pájaros de muerte. Los niños amarillos jugaban a nacer mariposas y a poner gotas de sol en las páginas azules de los libros sagrados. Los niños amarillos cantaban en las escuelas oraciones de paz y los bárbaros del Norte tiraban bombas de fuego sobre el bosque y los niños se abrasaban como hojas de té.
Y el bosque amarillo se convirtió en un Dragón de odio contra los bárbaros del Norte.
La imaginería está aquí al servicio de la denuncia política y se aleja, por tanto, de los rasgos vanguardistas que analizaba en las páginas anteriores. El pacifismo y el antiimperialismo de Pacheco, que toma cuerpo en muchos de sus versos, tienen por contexto la guerra de Vietnam, aludida ahora mediante la metonimia del amarillo y el símbolo del Dragón. Desde luego no fue el único poeta que tocó este asunto: pensemos en el norteamericano Robert Bly y, entre nosotros, en Blas de Otero, que escribe: “¿Dónde está Blas de Otero? Está en Vietnam del Sur, invisible entre los guerrilleros”.
¿Pacheco poeta social? Desde luego que sí. Pero, como creo haber demostrado en este apunte, es obvio que en su obra conviven el realismo testimonial y el gusto por elementos procedentes de la tradición vanguardista, combinados y refundidos en formas diversas, entre ellos el microrrelato de estirpe ramoniana y la inmersión en lo fantástico nuevo.
BIBLIOGRAFÍA
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Todorov, T. (1972), Introducción a la literatura fantástica, Buenos Aires, Tiempo contemporáneo.
5. Pacheco en la ciudad de los humanistas. Carlos Tristancho. Amigo de Manuel Pacheco, escritor, actor y empresario
Las primeras pruebas del libro impreso serán revisadas por el autor
TEXTO ONLINE [Recibido y editado 2020 10 27 8:43]
Pendiente la ortotipografía y edición tipográfica
PACHECO EN LA CIUDAD DE LOS HUMANISTAS
Carlos Tristancho
Como miembro del comité científico del centenario de Manolo Pacheco, estas jornadas en las que me toca intervenir no son las primeras y para todas y cada una de ellas he tenido que recurrir a la memoria haciendo diferentes viajes en el tiempo, a ellos me voy a referir y relatar en mi intervención.
Primer viaje
El paisaje humano de nuestras vidas, se va diluyendo a lo largo de las mismas y como consecuencia de ello, hoy falta aquí, esa parte esencial que representaba Manolo Pacheco, pero falta nada más… y nada menos que su persona, pero no su poesía… ni su memoria. En torno a la cual nos volvemos a reunir para rendirle homenaje.
Fueron algunas las tardes, en las que acompañado de Josechu y Pedro, tuve el privilegio de aprender de su arte, conocimiento y humildad.
Badajoz en aquellos años de menos información y más cultura, era la ciudad de los humanistas. Las tertulias se repartían por la geografía de la ciudad, en abundancia… las de la Marina, las del Casino, el águila, Colon… pero de entre todas ellas, prevalece con nitidez, en ese rincón de la memoria donde habitan los recuerdos selectos, la que tenía lugar los sábados en una casa de la calle López Prudencio. Por cierto en honor a quien le da nombre y a otros ilustres moradores de la misma, bien podríamos rebautizarla, como calle de la nostalgia. Allí, a mediados de los setenta abrieron José y Mariano el gordo la librería Kronica donde también tertuliábamos y en un cuartucho al fondo, puso Antonio Cosme Covarsí su primera tienda de LP´S y Singles, que ya por aquel entonces nombró Ítaca, pero no abriré este paréntesis porque no sabría cómo cerrarlo. Flanqueada por aceras muy estrechas discurre entre dos plazas, San Juan y San Andrés, aunque ninguna de ellas se llame así oficialmente, sino de España y Cervantes, al punto que esta ultima la apodan la plaza de las tres mentiras. Alrededor de ella transcurría mi infancia al tiempo que se iniciaban las referidas tertulias, en casa de la hija de don Enrique Segura Otaño (decano de los escritores extremeños) y de la hermana de don Adelardo Covarsí, el pintor que arropaba con su mirada al sol, cada atardecer, antes de que se quedara dormido en la piel del rio. Todos los sábados acudíamos a aquella cita, paisanos de distintas generaciones y oficios, dispuestos a compartir todo tipo de inquietudes artísticas y culturales. La convocatoria evocaba el mito de Pandora. El saloncito donde nos reuníamos era la caja que contenía los regalos de Júpiter para los hombres y dentro de ella, nuestra anfitriona, la Esperanza. Allí conocí y disfruté de la poesía y humanidad de Manolo Pacheco. Siempre lo recordaré, asociado a un azul saudade y al blanco cumulus nimbus que además de cubrirla, no dejaban de provocar tormentas en su cabeza y como no al color de la sonrisa amable de su inseparable Manola.
Viene a colación un relato que escribí hace tiempo titulado “Anatomía del dolor y el amor“, en el que narro un capitulo familiar acaecido durante la guerra civil. Cuando se llevaron detenido a Ramon, el padre de la tía Virtudes para fusilarlo, siendo como era republicano, intercedieron por el hasta las más significadas e influyentes personas de derechas, pero ante el argumento de que era un hombre bueno, sus verdugos respondieron: qué sí que tenían razón, pero que su pluma hería más que una espada… y lo mataron
… y es que los escritores a veces ofenden, la belleza hiere y algún poema… mata… pero no mata al hombre, mata su ignorancia, su codicia, su cobardía, su arrogancia y eso era Manolo, un francotirador que disparaba con luz y su arma la poesía. Me vais a permitir para terminar este primer viaje en el tiempo, que narre una anécdota de Manolo, que él me conto y seguramente conoceréis porque a él le gustaba compartirla y a continuación leeré un pequeño poema suyo, que relata este asunto y define a la perfección al poeta.
Durante la guerra, en su estancia en el país vasco, Manolo se desplazaba acompañado de un cajón muy pesado. Los compañeros soldados, al conocer su procedencia extremeña, suponían el arcón repleto de manjares de la tierra, embutidos, tocino, quesos…, debido a lo cual se prestaban a echarle una mano esperando qué en respuesta a su gesto, algún día sería generoso con ellos. Cuando en uno de los desplazamientos la caja se abrió por accidente y descubrieron que solo contenía libros, se enfadaron con él. Igualmente se enojó el sargento al comprobar qué en lugar de balas, llevaba velas en las cartucheras. Manolo narro esta situación con una sencillez y una belleza poética, exquisita:
¡¡¡ Soldado !!! ( Dijo el Sargento ), tus cartucheras no pesan.
No llevo balas de muerte, llevo velas.
El crepúsculo de Oyartzun, encendía estrellas.
Segundo viaje
Mi segundo viaje y reencuentro con Pacheco, comienza en el museo Luis de Morales, en uno de los collages de Pedro, que había entrando a la derecha y en el que Manolo me nombra uno de los vértices del triángulo de luz. Me gustaría, recoger ahí a Pachequino, como cariñosamente se refiere siempre a él, Pedro otro de los vértices y junto al tercero de esa geometría poética Josechu bajar los cuatro paseando en animada tertulia por la calle San Pedro Alcáantara hasta la plaza de la Soledad y desde allí por la calle san Agustín hasta topar con uno de los últimos paños del baluarte, que anda tratando de tapar la desnudez del Guadiana y después de unos pasos a la izquierda, mostrarle el grupo escultórico en el que la ciudad rinde homenaje a sus poetas y entonces vera su esfinge reflejada en el espejo del Guadiana y se reconocerá flanqueado por otros dos poetas aunque solo el fija su mirada eterna en su amado rio con nombre de mujer. Entonces él nos dirá que las corrientes de agua, son las arterias que riegan el cuerpo de la tierra y que el latido de Gea, se debilita porque no le llega sangre, sino mierda y que los hombres somos el virus que la mata y el camalote el colesterol que tapona sus arterias y nos recordará, que el Guadiana cuando lavaba cuerpos y almas en sus playas, allá por los sesenta y los setenta y lo surcaban las guadianeras, era más sagrado que el Ganges. Y luego nos acercaremos, ya atardeciendo al puente viejo, a ver la puesta de sol entre poetas, la misma que todas las tardes venía a buscar Adelardo Covarsí… y ahí, al ocaso… Pedro, Josechu y yo, los tres, llegaremos a entender, que el Guadiana al atardecer, le regaló a Covarsí el color del color para que alumbrara su pintura y a Manolo Pacheco para que iluminara sus poemas.
Como colofón de este segundo viaje, recurro a su poesía, esa que se escribe con la tinta de las venas y que brota del corazón.
CANTO AL GUADIANA
1 2
Cuando las amapolas Tu piel de paño líquido,
Se comen los tejados de sábana de fuente liberada,
Salgo de mi casa. De hamaca azul con gotas de rocío
Tu piel es como un libro para dormir el sueño de las aguas.
Cuando se lee en la cama.
3 4
Tu piel de barca y alga consumida Tu boca como un beso,
por uñas de lágrimas de laca, tu boca de nenúfar venenoso
tu piel de sexo nieve diluido abierto al navegante
en meses de cortinas enfangadas. que muerde tu garganta.
Tu boca como beso de ortigas
que pone cinturones de agua verde
Al hombre que confía en tus palabras.
5 6
Tus pechos adheridos Tus caderas de limo
al liquen de frías madrugadas, lentamente resbalan
poniendo los pezones de surtidor herido, y flotan mojando nuestros muslos
pudriendo la boca de agua amarga. de azucena manchada.
7 8
Tu vientre de oro verde, Porque te quiero entera
congestionado y malva, te digo estas palabras.
con pinzas de cangrejos Amante de mis tardes encendidas
para morder el alma. cuando el lirio del sol es una llama.
Tus cabellos de fibra de mercurio, Amante de mi boca.
tu palabra de nana. Amante de mis huesos
y piel saturada de lagrimones turbios.
Amante de mis muslos
que aprietan tus caderas.
Amante de mi boca
que sumerge los dientes
en tu fresca garganta
para comer blancor de nieve luna
y apaciguar mi frente con manos de hada.
9
Porque te quiero entera
te digo estas palabras.
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Tercer viaje
En mi tercer viaje fui a Mérida… otra vez Mérida, siempre que acudo a esta ciudad es para atender una llamada cultural, en este caso fue para acompañar a Pedro de las Heras, en la presentación de su exposición de collages “Poema para mirar a Emérita Augusta “, en la que destaca la omnipresencia de Manolo Pacheco. Antes, durante siete años codirigí el festival de teatro clásico grecolatino, al que tanta afición profesaba Manolo, debido a ello, en esa ocasión y vuelvo a reiterar mi propuesta ahora, sugerí a los asistentes la lectura de algunos de los poemas que dedicó Manolo a la capital romana: “Saltar a la comba” en el que glosa a la juventud emeritense, o Tyestes poema escrito después de asistir a la representación de la obra en el teatro romano el 17 de junio de 1956. Hubo un tramo de este viaje, que lo hice de la mano y la poesía de Manolo y para que podáis sentir lo que yo sentí me vais a permitir que lea, uno de sus poemas que evoca el eco de las voces de los actores chocando contra las piedras del teatro.
En nota a pie de página 379, del III tomo de poesía completa.(Antonio Viudas Camarasa),podemos leer.
El poeta en una carta dirigida a Mahfud Massis el 9 de junio de 1954, lo hace partícipe de las distintas emociones que siente durante la representación del Edipo de Sófocles, relatándole como antes de empezar la función, unos cuervos que viven en las ruinas, volaron sobre las columnas presintiendo con sus negros vuelos el drama: en las escenas de amor las palomas que también viven en las ruinas arrullaban y cuando Edipo andaba por los caminos buscando al pastor Forbas para descubrir al asesino Layo unos perros ladraron en la lejanía. Era todo tan real que se tenía uno que mirar a los vestidos para no creerse romano o griego. Esta es la transcripción del relato a su amigo y así es como lo hizo poesía.
EDIPO EN MÉRIDA
I
La luz de las palomas,
la sombra de los grajos,
el libro de las piedras
rugiendo como un mar alborotado
y la noche en la cuna de los siglos
resbalando sus bosques de estrellas
sobre el alma dormida del Teatro Romano.
Sobre Emérita Augusta
ha caído la estatua del espanto.
¡Qué aristas de arenales en los ojos!
¡Qué castillos de espinas en las manos!
¡Qué aceite de ascua sobre la mirada
poniendo un alacrán sobre los labios!
¡Qué pupilas raspadas por la lija
del cinturón que tuvo entre su tacto
apresada la luz de una gacela!
Edipo estaba allí, ¡era un milagro!
II
Edipo estaba allí entre las piedras
sonaba por la arena su cansancio,
rey de Tebas herido por la furia
que el destino fatal le hubo mandado.
Hombre de piedra herido como aquellas columnas,
pero carne y luz de sangre y barro,
gigante contra el cielo que lo hundia
pisando sus sandalias el polvo
que sobre el yunque del granito
fueron dejando los años.
III
La piedra es un caballo.
Os digo que la piedra es un caballo
clavado en las llanuras de la noche
y azotado por látigos de estaño.
El público se sentía hipnotizado
por la cruda serpiente del dialogo
y el pueblo castigado por los dioses
estaba en cada piedra, cada ángulo,
como un relieve de figuras vivas,
como un coro de llagas preguntando.
Y la tragedia levantó su cola
de alquitrán incendiado,
aquel pastor de estopa descubrió al asesino
y Yocasta gozada por su hijo
llenó la noche con su grito largo.
Se me estremeció la piedra
cuando Edipo bajaba los peldaños.
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Cuarto viaje: Camilo José Cela-Manolo Pacheco-Barcarrota-Carlos D.Tristancho
Este cuarto viaje en el espacio y el tiempo, está lleno de coincidencias casualidades y causalidades.
A principio de los setenta, conozco como he mencionado en los viajes anteriores a Manolo Pacheco en la tertulia de Esperanza Segura.
Más tarde en el verano del 1975 formaba yo parte de un grupo de teatro, “LOS COMICOS DE LA LEGUA”, que andaba recorriendo los pueblos de la sierra pobre, con un repertorio de teatro medieval y del siglo de oro. Un día apareció en nuestro campamento a las afueras de Atienza, una furgoneta Volkswagen T2 Westfalia, el vehículo hippy por antonomasia y de el comenzaron a bajarse gente asombrada por el cuadro que componíamos aquel grupo de titiriteros al atardecer. Allí dentro, viajaban de regreso a Madrid, siguiendo la huella de los templarios, entre otros Rafa Treno, el escultor de la esfera armilar que preside el parque Tierno Galván de Madrid, Eduardo Úrculo el pintor y Annie su mujer en avanzado estado de gestación. Entre nosotros particularmente entre Eduardo y yo se produjo una fuerte conexión que acabaría derivando en una profunda amistad, consecuencia de la cual acabaría quince años después siendo el padrino de la mayor de mis hijas. Debido a esa incipiente amistad ese mismo verano, lo visito en su casa de Emilio Rubín en Madrid y allí me encuentro y conozco a Camilo José Cela y a Carlos Moya, enfrascados en un proyecto referido a Madrid en el que Camilo, aprovechando una supuesta etimología del apellido de Eduardo la titula “Urs Culus”, la ciudad de los culos, donde plantean que las esquinas son unos espacios violentos donde se pasa automáticamente de una calle a otra, por eso ellos proponen intervenirlas y darles formas más amables de culos y pechos de mujer, que permitan a los viandantes reposar y enredarse en amenas tertulias. Por cierto un proyecto muy en la línea, de los inventos de Laurentino Agapito Agaputa.
En otra nota a pie de pagina 140 del III tomo de poesía completa. (Antonio Viudas Camarasa), podemos leer…
Cela era un escritor admirado en la tertulia de Esperanza Segura y dio alguna conferencia en Badajoz. A través de Antonio Fernández Molina, secretario de Cela, Manuel Pacheco mantuvo una notable relación literaria con el director de “Papeles de Son Armadans”, que escribió el prólogo de la antología “Nunca se ha vivido como se muere ahora”, publicada en 1977.
Pasa el tiempo y en el verano de 1988, compramos la ruina del convento Rocamador a escasos cuatro quilómetros de Barcarrota con la idea inicial que nunca deberíamos haber abandonado, de crear allí un espacio permanente de creación artística y pensamiento. Al interesarme por los antecedentes históricos de Rocamador, caen en mis manos diferentes documentos y libros, pero voy a referirme a uno en particular. Un libro de viajes escrito por Camilo José Cela en 1963, titulado “Geografía Errabunda” y en el que además de incorporar una fotografía del convento de por aquel entonces, relata aquella visita en tercera persona, creo recordar en estos términos, o algo parecido… el viajero y un paisano se desplazan en el seat seiscientos al convento de Rocamador, por un camino que discurre a través de un despoblado de encinas y peñascos y cuando al fin alcanzan su destino, el viajero asombrado por su belleza, de haber tenido pudientes, lo hubiera adquirido para instituir allí su pequeño reino taifa.
En el año 2001 Camilo José Cela vuelve a Barcarrota con motivo de asuntos relacionados con la edición del Lazarillo encontrada por un albañil escondida con otros nueve libros prohibidos y un manuscrito del siglo XVI, en un tapial durante la reforma de una casa en el verano de 1992. Don Camilo se aloja en Rocamador y Carlos Tristancho y el rememoran en animada tertulia aquellas veladas culturales en las que coincidieron a mediados de los setenta en casa de Úrculo. Pero como que a la vuelta a Madrid de su vista a Barcarrota Camilo publica una crónica de ese viaje en el ABC, que mejores palabras que las suyas para narrar este episodio:
El día de san Pudente y de su hija Santa Pudenciana de este año 2001 el viajero volvió a Barcarrota, el pueblo de Hernando de Soto cuyo cadáver se llevaron las aguas del Mississippi, esto lo sabe todo el mundo, con su plaza de toros en un castillo, su casino solemne y señorial, sus ánimas benditas, sus jotas de picardía y desgarro -<< arremángate, Genara >>, etc-, sus leyendas, sus momias y la portada de la iglesia parroquial de Santa María del Soterraño, un prodigio de desequilibrio que parece dibujada y levantada por un Gaudí borracho, con cada elemento por su lado y el caos gobernando la inercia de cada piedra y cada suspiro. El abigarrado y también airoso caserío de Barcarrota se alza entre las sierras de las Puercas y Santa María, con Almendral al norte y Jerez de los Caballeros al sur, y está poblado de amigos abiertos a la caridad que le dan a uno de comer y de beber con generosidad y sabiduría. El día que se dice llueve sobre Barcarrota con una violencia desconsiderada, llueven chuzos de punta y enloquecidos cántaros de agua, parece como si se hubieran abierto de golpe todos los aliviaderos de los pantanos del paraíso, y ni el viajero ni sus amigos –el alcalde don Santiago, el cronista don Antonio Eliseo, el consejero de cultura don Francisco, el conferenciante don José y tantos y tantos otros más- se atreven a salir a la calle a inaugurar el bello panel de cerámica a la cuerda en el que se leen unas viejas palabras escritas hace exactamente medio siglo. El viajero piensa que deberá volver a Barcarrota, si Dios le brinda fuerzas y ocasión, para repasar lo entonces dicho con el corazón en la mano; el viajero siente que se le reconforta el espíritu cuando recuerda que los tiempos pasan como potros pero tras uno vienen otros.
En Barcarrota apareció no ha mucho un ejemplar del Lazarillo en edición desconocida emparedado quizás huyendo de la Inquisición, y las autoridades extremeñas tomaron el saludable acuerdo de sacarlo a la luz.
El viajero y su cohorte de benevolentes amigos almuerzan en Rocamador, en el que fue monasterio de los alcantarinos, los franciscanos descalzos, y hoy es un refugio de paz y buen gusto regido con exquisito tacto y buen criterio por Carlos Tristancho y su mujer Lucía Dominguín Bosé; al viajero le gustó todo lo que le dieron, pero recuerda con especial deleite el equilibrado fua de la casa, el lomo de retinto y las torrijas; de beber le dieron al viajero un saludable y sensato vino de Rueda que trajo don Crescencio, el alcalde de Medina del Campo, la ciudad que también edito el Lazarillo. Acompañando a tanto primor del paladar y detrás del muro que las separa del mundanal ruido duermen su sueño eterno veintitantas momias, algunas de mujer. A Santa Isabel López no se le nombra en el martirologio romano pero sí en el santoral popular barcarroteño: Santa Isabel Lopez fue mujer muy devota y cumplidora que, cuando enviudó, se puso al servicio de los frailes y murió muy vieja y dicen que en olor de santidad, que es una mezcla de incienso, dama de noche y chotuno. En Barcarrota nadie duda que su alma está en el cielo sentada a la diestra de Dios Padre y que su cuerpo duerme convertido en momia en el monasterio de Rocamador.
El viajero, hace ya cincuenta años, cuando era joven y pasó por primera vez por aquí, quiso comprar el convento, vacio desde la desamortización de Mendizábal, para apartarse de las pompas y vanidades de este bajo mundo y dedicarse a escribir (no a publicar) y a pasmarse cada mañana ante los árboles y las yerbas y los arroyos. Las ilusiones del viajero se quedaron en nada porque la pobreza no acierta a vender los sueños ni a comprar las realidades.
El día del mártir San Filótero, también de Santa Pudenciana de su padre San Pudente, cuando ya de noche el viajero se fue de Rocamador y se despidió de sus amigos barcarroteños, notó que un aura de paz y gratitud le invadía el corazón y le volaba con muy suave aletear por los más recónditos recovecos del alma, quizás bañada en la fuente que jamás se seca que mana debajo del altar mayor de Nuestra Señora del Soterraño, donde florece la zarza que lleva muchos años verde y lozana. Al viajero le llena de orgullo que los barcarroteños le hayan abierto con tan elegante sencillez las puertas de su casa. Decía Miguel de Cervantes que en la llaneza suelen esconderse los regocijos mas aventurados. Camilo José Cela (2001). Viaje a Barcarrota. ABC 3/ 06 / 2001
Como epílogo de este cuarto y último viaje que mejor que la lectura de un poema de don Manuel Pacheco dedicado a don Camilo José Cela.
POEMA EN FORMA DE MUERTE DE HOMBRE Y DE PEZ
A Camilo José Cela, publicado en 1977
Clavada en el fondo de una fuente
miro la sombra de un pez.
Su escama tendida
palpita como un corazón
y su boca se abre
como farol colgado de la niebla.
La luz del otoño resbala
hoja de cera de lluvia.
Noviembre se acerca con pasos de cirios
y sigo mirando la boca del pez.
Pienso en la muerte del hombre
pegado al sudor de las sabanas,
abriendo su boca,
gritando sus manos,
latiendo su cuerpo de azul marioneta.
La muerte es un aire
de agujas de arena,
penetra las huellas,
lame los zapatos,
sube por los pies,
golpea la nuca
y afila los rostros.
La luz del otoño
Resbala nubes de agua de ceniza.
Sigo mirando la boca del hombre,
la cara del hombre,
el gesto partido del hombre
aplastado en forma de escama de pez.
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Y para concluir, he elegido un pequeño romance, que el recita por ultima vez en público, el 22 de noviembre de 1997, titulado Poesia y uno mío dedicado a él, que surge con la vocación de ser el eco del suyo, de hecho lo titulé Eco de un poema
POESIA
La poesía se mantiene
desnuda como una piedra
y su polvo azul de luna
no sirve para la venta.
El poeta verdadero
Es más fuerte que la fuerza,
porque el poder de nombrar
no puede estar entre rejas.
Nadie puede atar al sol,
ni al viento ni a las estrellas.
La poesía es lo que escapa
de la muerte que te dejan.
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EL ECO DE UN POEMA
A Manolo Pacheco
Sembrando palabras
en hojas yermas
o en el margen blanco
de una receta
ahí, se reconoce al poeta.
Tantas maneras de escribir,
la más genuina, una
esa que a la luz del día
puede desnudar la luna.
Los poetas no saben mentir.
BIBLIOGRAFÍA
[Editar bibliografía]
5. La voz francesa en la narrativa de Manuel Pacheco. Un anti-cuento. Emilia Oliva García. Escritora y ex-docente Lengua y literatura francesa. IES Francisco de Orellana (Trujillo)
MESA REDONDA–DEBATE –3. Poesía, lectura y contexto de Manuel Pacheco
- Centro Cultural «Luis García Iglesias». Calle Jerez, 42, 06160 BARCARROTA, Badajoz
7. Manuel Pacheco y Rainer María Rilke. Paralelismos. Una ligera aproximación. Adrián Tejeda Cano. Lector, escritor y docente. IES Castelar. Badajoz
8. Un Pacheco para cada día, las ventajas de leer a Pacheco en el siglo XXI. Antonio Vélez Saavedra. Informático, diputado de la Asamblea de Extremadura y lector de la obra de Manuel Pacheco Conejo
9. La España de Manuel Pacheco: El jilguero en la jaula abierta. José Martín Martínez Riqué. Catedrático emérito de Historia Moderna y contemporánea del Instituto Vipan (Lund, Suecia). Premio al mejor profesor de historia de Suecia en 2013